A finales de septiembre de 2020, casi 7 meses después del primer caso oficial reportado de Covid-19, Colombia ocupa el puesto número 5, después de Estados Unidos, India, Brasil y Rusia, en número de casos, con 829,679, y ocupa el puesto 11 en muertes con 20.796. La tasa de incidencia (número de casos por 100.000 habitantes) es de 1690 (puesto 21) y su tasa de mortalidad (muertes por caso) es de 2.51% (puesto 17). Colombia, por tamaño poblacional, ocupa el puesto 28 con casi 49 millones de habitantes. Estos datos invitan a pensar que nuestro país ha tenido un desenlace negativo, en comparación con otros países. Sin embargo, si miramos la región, vemos que Colombia ha tenido tasas de muerte menores que Perú, Chile y Ecuador (Perú es la más alta y Venezuela la más baja) y en cuestión de casos por millón de habitante está mejor que Argentina, Brasil o Chile.
Dentro de Colombia la dinámica ha sido determinada ampliamente por las grandes ciudades: Bogotá-Región tiene el 32% de los casos totales (269.201) y exactamente el mismo porcentaje de muertes (6.783 de 20.796), seguida de Medellín (2.400 muertes), Barranquilla (3.072) y Cali (2.282). Estas cuatro ciudades agrupan el 70% del total de las muertes. La tasa de incidencia más alta está en Bogotá con 3.631 casos por 100.000 habitantes, seguida de Leticia con 3.582. La tasa de mortalidad más alta se encuentra en Córdoba, con 6.42%, seguida de Norte de Santander, con 5.71%. Las grandes ciudades están entre 2.5 y 3%. Mientras tanto hay regiones donde la tasa de incidencia es un orden de magnitud menor; notable ejemplo el Eje Cafetero (693 por 100.000 habitantes). Esto significa que hay dos Colombias: una urbana con una historia ya construida de infección y una principalmente rural donde ha habido una dinámica lenta.
Según los modelos, que son nuestra mejor herramienta en ausencia de estudios serológicos, al país le queda mucho camino por recorrer (aún en la zona urbana). El porcentaje de personas recuperadas, que indica qué tan cerca se está de la inmunidad de rebaño (algo sobre lo cual es imposible dar cifras precisas), en el mejor de los casos se estima alrededor del 60% (para Barranquilla-Región), pero en la mayoría de las ciudades está entre 10 y el 30% (Bogotá debe estar cercano al 35%).
En Europa y en Estados Unidos llegan las segundas “olas” de contagio. Estas segundas olas se producen como resultado del relajamiento de las medidas de mitigación y en el hecho de que todavía existe un número considerable de personas susceptibles. Sin embargo, se han caracterizado por ser menos letales; esto se ha explicado citando argumentos como: i) los conocimientos adquiridos por el cuerpo médico ii) se tiende a contagiar un sector de la población más joven y iii) el uso de tapabocas y demás estrategias de autocuidado (el argumento acá es que la carga viral de arranque determina la severidad de la infección). En Colombia, para las grandes ciudades y las regiones cercanas, que tienden a tener la misma dinámica, es sensato pensar que habrá nuevos brotes y que serán menos letales. Al mismo tiempo, en las zonas más rurales es sensato pensar que las dinámicas empezarán de forma más acelerada como resultado del aumento en la movilidad y su letalidad será menor, principalmente por el punto i, anteriormente enunciado. Posiblemente veremos venir estas primeras y segundas olas en ausencia de vacunas y todavía ignorantes sobre la posibilidad de re-infectarse o de ser resistente.
Una vez presentadas estas cifras me permito proponer una visión del futuro, resumida en 5 puntos: 1) la comparación entre países se probará un poco banal; las cifras reflejarán los perfiles inmunológicos de sus poblaciones, el momento en que el virus entró, la capacidad instalada del sistema en la primera ola, la adherencia al autocuidado, la extensión de las restricciones, etc.; 2) las muy esperadas vacunas tendrán un impacto menos importante del previsto; cuando lleguen, la proporción de personas recuperadas será cercana al 70%. 3) no tiene mucho sentido insistir en restricciones generalizadas, su validez estaba casi enteramente justificada en la preparación de los sistemas de salud, no se ve cabida a mejoras adicionales, nos queda confiar en nuestra capacidad de comportarnos de forma responsable; 4) posiblemente el exceso de muertes de la era COVID se compense con un defecto de muertes pos-COVID (reconociendo que los muertos pertenecen sobre todo a edades avanzadas), lo que llevará a reconsiderar la validez de los encierros, y 5) tristemente, las buenas intenciones, que surgieron al inicio de la pandemia como mejorar nuestra relación con el entorno, cambiar nuestros hábitos de consumo y la forma de transportarnos, se desvanecerán como la niebla del páramo cuando los primeros rayos de sol la atraviesan. Lo que nos llevará a reconocer que la salud económica de las sociedades se debe proteger con el mismo cuidado que la salud física, porque todos los recuperados del virus seguiremos siendo considerados infectados por un rato largo en los cajones económicos.
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