La curiosidad es, sin duda, el común denominador de los ingenieros. Es su impronta más relevante, y Álvaro no es la excepción. Cuando recuerda cómo empezó todo este camino de inmediato viene a su cabeza su mamá, quien despertó y animó esa curiosidad cuando la veía reparar con mucha creatividad todos los problemas técnicos de su casa. Arreglar un interruptor o reparar el motor de la licuadora, entre muchos otros, lo motivó a querer saber cómo funcionaban todas esas partes electrónicas.
Así, destapando sus primeros radios y explorando tarjetas electrónicas, Álvaro encontró una de sus grandes pasiones y su camino profesional.
Se graduó en Ingeniería Electrónica de la Universidad Nacional en 2008 y, muy rápido, dio sus primeros pasos dentro de la industria. Trabajó en una empresa llamada Energía Inteligente, encargándose del soporte técnico y la selección de tecnologías. Pero Álvaro siempre ha sido inquieto y aprender de manera continua es su gran motivación. Así que decidió empezar su maestría en Ingeniería Electrónica y de Computadores en la Universidad de los Andes, la que desde ese momento se convirtió en su segunda casa y que ha impulsado su crecimiento profesional y personal.
Gracias a su compromiso y capacidad, pudo participar en un proyecto de investigación dirigido por los profesores Alain Gauthier y Roberto Bustamante, y financiado por la industria militar INDUMIL. Ese proyecto no solo le permitió terminar sus estudios, sino que lo impulsó hacia el siguiente nivel como asistente de investigación. A partir de ese momento, su conexión con la universidad se volvió cada vez más profunda y significativa.
Durante casi dos años, Álvaro trabajó como profesional de investigación en un ambicioso proyecto orientado a la detección de minas antipersonales. Allí, junto con un equipo interdisciplinario, desarrolló prototipos de sistemas de detección con tecnologías de radar y análisis de señales. Fue una experiencia transformadora que le permitió aplicar su conocimiento en un contexto real y de gran impacto para el país. Álvaro corroboró que la ciencia y la ingeniería pueden salvar vidas.
Después de esa experiencia, surgió una nueva oportunidad: trabajar en un sistema de medición de presión intraocular junto al profesor Fernando Ramírez, lo que despertó su interés por las aplicaciones biomédicas. Fue ese interés, sumado a su pasión por seguir investigando, lo que lo motivó a postularse al doctorado en Ingeniería en la Universidad de los Andes. Lo logró gracias a una convocatoria de financiación de Colciencias.
Su investigación, guiada por el profesor Ramírez y el profesor Freddy Segura, combinó lo mejor de la ingeniería civil y electrónica para abordar problemas de salud visual, como el diagnóstico del glaucoma.
En 2022, Álvaro culminó su doctorado y se vinculó de manera formal al equipo de Ingeniería Mecánica de la universidad como profesional en instrumentación.
Durante más de tres años en ese cargo, aportó su conocimiento en electrónica y sistemas de medición para fortalecer procesos académicos y experimentales. Su trabajo consistió en ser ese puente entre la teoría y la práctica, permitiendo que los estudiantes y profesores contaran con las herramientas necesarias para validar el comportamiento de sus diseños y experimentos.
Álvaro explica que la labor de un ingeniero de instrumentación va más allá de instalar sensores o cables. “Se trata de entender las necesidades de cada proyecto, identificar qué variables son críticas para evaluar, y diseñar soluciones técnicas viables y eficientes para capturar datos relevantes”, sostuvo.
En un entorno como el de la ingeniería mecánica, donde todo tiende a ser cada vez más interdisciplinar, su rol fue clave para integrar tecnologías electrónicas que permitieran monitorear y controlar variables físicas como presión, temperatura, desplazamiento, entre muchas otras.
Gracias a su experiencia, Álvaro ayudó a transformar los laboratorios en espacios más robustos, confiables y preparados para la formación práctica de los estudiantes. Su enfoque no fue solo técnico, también fue pedagógico: sabía que detrás de cada sensor instalado había un estudiante aprendiendo, un proyecto creciendo o una investigación avanzando. Ese compromiso con la excelencia y con el aprendizaje colectivo lo llevó a ser reconocido y, en 2025, a asumir un nuevo desafío como líder de laboratorios de la Facultad de Ingeniería.
En medio de ese camino llegó uno de los retos más emocionantes para Álvaro: Aura, el nuevo robot humanoide de la Facultad de Ingeniería. Aunque no hizo parte del proceso de adquisición, su conocimiento en electrónica, software y mecánica lo convirtió en pieza clave para acompañar la llegada e implementación de esta avanzada tecnología.
Desde el primer momento, asumió la responsabilidad de guiar su integración en los espacios académicos, velando por su correcto funcionamiento y apoyando a los estudiantes en los procesos de exploración, programación y uso seguro del humanoide. Se convirtió, en cierto modo y como algunos le dicen, en el ´papá´ o guardián de Aura.
Aura no es solo una novedad tecnológica, es una oportunidad transformadora para la universidad. Representa el tipo de herramientas que marcan un antes y un después en la forma de enseñar e investigar.
Para Álvaro, Aura es el punto de encuentro entre múltiples disciplinas: ingeniería mecánica, electrónica, inteligencia artificial, programación, matemáticas y también reflexión social. Su papel ha sido el de orientar a los estudiantes no solo desde lo técnico, sino también desde una visión crítica y responsable, ayudándolos a entender que la innovación no está en la tecnología por sí sola, sino en lo que decidimos hacer con ella.
El auge de los humanoides plantea desafíos enormes para la humanidad, no solo en términos técnicos, sino sociales, éticos y emocionales. Álvaro lo sabe bien. A su juicio, estas máquinas, que hoy parecen herramientas sofisticadas, en poco tiempo podrían integrarse tan naturalmente en la vida cotidiana que su presencia se normalice hasta niveles inquietantes.
Así que, desde su rol, acompaña a los estudiantes no solo en el dominio técnico de los humanoides, sino en la comprensión profunda de sus implicaciones sociales. Busca que quienes interactúan con Aura comprendan que se trata de una herramienta poderosa, pero no sustituta del vínculo humano. Insiste en la importancia de formar profesionales conscientes, capaces de desarrollar soluciones innovadoras sin perder de vista el respeto por la vida, la empatía y el valor de la interacción real. Su labor va más allá de enseñar a programar: se trata de sembrar una ética tecnológica para el futuro.
Cree firmemente en el potencial positivo de los humanoides, por ejemplo, para personas con limitaciones físicas, problemas de socialización o enfermedades neurodegenerativas, quienes podrían encontrar en estas tecnologías una herramienta de apoyo e integración. Pero Álvaro insiste: nunca deben ser sustitutos de la interacción humana, sino puentes que la faciliten.
Fuera de los laboratorios, Álvaro encuentra su mayor fuente de inspiración en casa: su hija. Con ella comparte tardes de juego, lectura y conversaciones en las que, más que enseñar, aprende. Le encanta acompañarla en sus curiosidades, explicarle cómo funcionan las cosas del mundo, y dejarse sorprender por sus preguntas, que muchas veces lo invitan a ver la tecnología y la vida desde una mirada más simple, pero también más profunda.
Les gusta el origami, doblar papel juntos se ha convertido en un ritual de conexión: formas simples que se transforman en figuras sorprendentes, como metáfora de lo que también busca en su trabajo: construir, transformar y acompañar procesos con paciencia, detalle y propósito.
Y así, cada vez que encuentra una solución para que un robot funcione mejor, que un estudiante entienda cómo hacer realidad una idea o juega a crear con su hija, siente que también honra la herencia de esa mamá ingeniosa, fuerte y visionaria que, sin saberlo, lo inspiró a construir este camino.
Autora: María Angélica Huérfano