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      Sebastián Lobo-Guerrero, ingeniero civil uniandino
08/03/2021

Sebastián Lobo-Guerrero es un hombre apasionado por la ingeniería geotécnica. Basta escucharlo hablar de lo que han significado los últimos 25 años para su vida personal y laboral para darse cuenta del amor y respeto con el que este ingeniero civil uniandino ha asumido su profesión y la ha llevado a niveles de excelencia muy notables.

Su trayectoria profesional fue recientemente destacada por sus pares al haber recibido la distinción de “Ingeniero Civil del Año 2020” que otorga la Sociedad Estadounidense de Ingenieros Civiles (ASCE, por sus siglas en inglés) Pittsburgh Section.

Este reconocimiento no solo destaca su trayectoria profesional como ingeniero de proyectos en Pittsburgh y sus importantes contribuciones al estado del arte de la ingeniería geotécnica como autor de numerosos papers y artículos científicos; también resalta el liderazgo del ingeniero durante el 2020, en donde a pesar de los desafíos que generó la pandemia provocada por el COVID-19, fue conferencista en 13 seminarios web para múltiples organizaciones en varios países y de esa forma, pudo seguir contribuyendo a la discusión y enseñanza de la ingeniería geotécnica con diferentes públicos.

Sebastián estudió Ingeniería Civil en la Universidad de los Andes (1997-2001), realizó sus estudios de maestría y doctorado en la Universidad de Pittsburgh (Estados Unidos) (2001-2006), en ingeniería civil con énfasis en el área de geotecnia. Durante su trayectoria ha recibido numerosos reconocimientos -entre los que se encuentran el ASCE Geo-Institute 2006 Paper of the Year on Numerical Modeling Award y el ASCE 2016 Geo-Institute Outstanding Reviewer Award-. Sumado a eso, ha sido Presidente de la Sociedad Geotécnica de Pittsburgh (2009-2010), y director del ASCE Pittsburgh Section (2011-2014). El ingeniero es muy activo en comités técnicos y muchas otras organizaciones profesionales como el Deep Foundations Institute (DFI), donde fue el presidente de su conferencia anual en octubre de 2020, con más de 1000 asistentes online desde 83 países.

Sebastián tiene más de 18 años de experiencia en ingeniería geotécnica, especializándose en el diseño de cimentaciones profundas / superficiales, estructuras de retención de tierra y estabilización de deslizamientos. Durante los últimos 15 años trabaja en la organización American Geotechnical & Environmental Services, Inc. -AGES-, empresa dedicada a prestar servicios geotécnicos como cimentaciones, muros de retención, estabilidad de taludes en diferentes proyectos de infraestructura y en donde Sebastián desempeña el cargo de Gerente General de Geotecnia y Director de Laboratorio.

La influencia de su papá -el también ingeniero uniandino Gustavo Lobo-Guerrero- ha sido muy importante en la vida de Sebastián, ya que casi todos los fines de semana lo acompañaba a las obras y talleres. “La ingeniería civil estuvo conmigo desde muy pequeño”, recuerda Sebastián, “y era algo que me encantaba hacer. Mi papá fue mi primer mentor”.

Sebastián en una de las obras en las que trabajaba su papá.

Una vida en Pittsburgh producto de una casualidad

Cuando Sebastián tomó la decisión de viajar a Estados Unidos a realizar sus estudios de posgrado, no sabía dónde quedaba exactamente Pittsburgh. Su vida en la denominada ‘Ciudad de los Puentes’ se debió a una casualidad en la que Los Andes tuvo mucho que ver.

Cuando se encontraba culminando su pregrado, Sebastián empezó a interesarse en el área de geotecnia y suelos. Arcesio Lizcano, Bernardo Caicedo y Octavio Coronado habían sido los profesores responsables de ese naciente interés en esta área con cursos como “Mecánica y Dinámica de Suelos” y “Cimentaciones Avanzadas”.

Su interés fue más allá e inscribió materias de posgrado, entre las que se encontraba “Estabilidad de Taludes” dictada por Arcesio Lizcano. “Yo fui el único estudiante de pregrado que tomó el curso en ese momento y me di cuenta, después de terminarlo, que quería dedicarme a esa área en mi vida profesional”, recuerda Sebastián.

Corría el año 2001, y el profesor Lizcano estaba organizando un curso internacional de verano en el área de geotecnia para ofrecer a los estudiantes de pregrado y posgrado del Departamento de Ingeniería Civil y Ambiental. Estaba convenciendo a un profesor argentino que trabajaba en el Georgia Tech, pero la situación de seguridad y conflicto interno que vivía Colombia en ese tiempo desmotivó a muchos profesores internacionales a venir a enseñar a Los Andes en el periodo intersemestral. El profesor Lizcano se acordó que había un profesor colombiano trabajando en esta área en la Universidad de Pittsburgh y no dudo en invitarlo a dictar el curso de verano. “Recuerdo que Arcesio pensaba que un colombiano, así viviera en el exterior, no le daría miedo venir a Colombia a dictar un curso”, menciona Sebastián. De esa forma, el ingeniero conoció a Luis Eduardo Vallejo, el profesor que se convertiría en su mentor y que terminaría ofreciéndole un futuro prometedor en esa ciudad.

Sebastián estaba emocionado por tomar el curso de verano con el profesor invitado de Pittsburgh. Era un curso avanzado de estabilidad de taludes, como el que había tomado con Arcesio un semestre atrás. En el desarrollo del curso el profesor Vallejo fue notificado desde Pittburgh de la apertura de una beca para investigación y requería un estudiante con urgencia que pudiera hacer sus estudios de posgrado en la universidad estadounidense con todos los gastos pagos. En ese momento, el profesor Vallejo pensó en Sebastián. “Entre mis planes no estaba viajar. Yo quería realizar mi maestría en Colombia y explorar la posibilidad de hacer mi doctorado en España. Además, para ese entonces conocí a quien es hoy mi esposa -la ingeniera química uniandina Ana María Benavides-, por lo que esa posibilidad no estaba contemplada. Sin embargo, era una oportunidad única pues me iban a financiar todos mis estudios de posgrado”, recuerda el ingeniero. Así fue como, con 22 años y con una melena que le llegaba a los hombros, llegó a Pittsburgh a continuar su formación con más preguntas que respuestas en su cabeza, pero convencido de haber tomado la decisión correcta.

Cuando estaba finalizando su doctorado el ingeniero se encontraba en una encrucijada. El trabajo académico que venía desarrollando de la mano del profesor Vallejo ya le había valido más de 20 publicaciones en los principales journals de geotecnia. Sin embargo, conseguir trabajo como profesor asociado en una universidad estadounidense era un trabajo muy competido, “recuerdo haber enviado más de 80 aplicaciones a distintas universidades en todo el territorio norteamericano”. No obstante, había una razón de mucho más peso que realmente lo alejaría del mundo académico y fue que, a diferencia de Colombia, en la Universidad de Pittsburgh no había una conexión con el sector industrial tan fuerte. “Yo deseaba volver a los fundamentos de la ingeniería, a lo que me había motivado en un principio estudiar ingeniería civil, quería realizar proyectos reales en campo, por eso después de obtener mi título doctoral me vinculé a la industria”, recuerda Sebastián.

El ingeniero Lobo-Guerrero trabajando en un proyecto en Altoona, Pennsylvania.

Como Gerente de Proyectos de Geotecnia en campo ha tenido la oportunidad de trabajar en numerosos proyectos. Uno de los más interesantes fue el análisis forense de las causas que llevaron al colapso de la pila B del puente de Chirajara en Colombia para Coviandes, concecionaria de la vía entre Bogotá y Villavicencio, en el que el ingeniero uniandino puso su conocimiento y experiencia como parte del equipo de AGES que estuvo en el lugar analizando lo sucedido.

Sebastián en la obra del Puente de Chirajara (Colombia).

Los recuerdos vivos de su paso por Los Andes

Son muchos los recuerdos que tiene Sebastián de su paso por Los Andes. Uno de los principales fue cuando tuvo su primera clase con Luis Eduardo Yamín (Q.E.P.D.), quien se desempeñaba como jefe del Departamento de Ingeniería Civil y Ambiental. El profesor Yamín sin titubeos les dijo a Sebastián y a sus nuevos compañeros que más allá del privilegio de estudiar en una universidad de la calidad académica de Los Andes, debían ser conscientes de la exigencia que el programa tenía. “En los primeros semestres comprobé esa frase tajante de Luis Yamín que, sin ánimo de asustarnos, nos decía las cosas para que tomáramos consciencia. Recuerdo mucho que nos dijo que miráramos bien a las personas que se encontraban a nuestro alrededor, porque según las estadísticas uno de cada tres estudiantes, lograba graduarse”. Los cursos de física y cálculo lo confirmarían después, “esa vaina era una carnicería”, recuerda con risas Sebastián.

Cuando realizó su pregrado en ingeniería civil recuerda que él, el egresado Camilo Phillips (quien había sido compañero de Sebastian desde kinder en el colegio) y Silvia Caro -actual vicedecana académica y profesora titular del Departamento de Ingeniería Civil y Ambiental-, siempre se destacaron por su excelencia académica y por obtener los mejores promedios en los diferentes cursos. “No era una competencia ya que los tres éramos muy amigos en ese tiempo, pero fue algo muy curioso que ocurrió durante más de tres años”, recuerda.

Sebastián, como muchos egresados y profesores, también vivió la era del CITEC -Centro de Innovación y Desarrollo Tecnológico-, el lugar donde funcionaron los laboratorios de la Facultad de Ingeniería en plena Zona Industrial de Bogotá entre 1996 y 2007. Trabajó con el profesor Luis Yamín, y varios técnicos de laboratorio como Alejandro Peña, José Villanueva y Melquicedec Fiquitiva. “Mi primera experiencia realmente laboral fue cuando trabajé en este lugar. Fui monitor varios años del laboratorio de suelos y trabajar con proyectos para la industria fue muy enriquecedor”, recuerda. En esos años, Sebastián tuvo la fortuna de trabajar en proyectos con diferentes proveedores y empresas que contrataban los servicios del CITEC. “Yamín me envió a campo a hacer perforaciones geotécnicas y yo me encargaba de llevar el control de las perforaciones y de llevar las muestras al centro”. Sin embargo, no todo era trabajo en el CITEC, también había espacio para los partidos de fútbol que se organizaban después de almuerzo en el que Peña y Fiquitiva eran de los jugadores más talentosos.

El ingeniero también recuerda las enseñanzas que le dejó su primer mentor en Los Andes: el profesor José Ignacio ‘Pepe’ Rengifo. “El primer curso en el que fui monitor fue en el de topografía. Recuerdo mucho que en la Universidad había un mito muy recurrente que decía que topografía tocaba tomarla dos veces, ya que era un curso muy exigente. Con Pepe aprendí que era importante involucrarse más allá de ser estudiante, como, por ejemplo, ser monitor”.

Sebastián hizo parte también de la primera cohorte de estudiantes que tomó clases con Luis Alejandro Camacho -actual director y profesor asociado del Departamento de Ingeniería Civil y Ambiental- luego de que regresara de Londres de realizar su doctorado. “Los cursos de Hidráulica e Hidrología no solo contaban con la calidad académica característica. Luis nos compartía en cada clase su experiencia realizando un doctorado. Creo que es muy valioso para un estudiante joven escuchar de primera mano la experiencia de un profesor que acababa de regresar de hacer su doctorado en el Imperial College of London. Era un claro modelo a seguir”, menciona el ingeniero.

De una manera similar, Sebastian recuerda con gran afecto a muchos profesores “jóvenes” del Departamento de Ingeniería Civil y Ambiental que apenas estaban empezando su carrera en esos tiempos. Entre ellos Mauricio Sánchez Silva -hoy profesor titular- y Juan Manuel Cordovez -actual vicedecano de Investigación e Innovación y profesor asociado del Departamento de Ingeniería Biomédica-, a quienes les aprendió muchas lecciones para la vida más allá de los excelentes aspectos técnicos.  

No hay universidad que valga sin las amistades que se forjan durante este periodo. Ejemplo de ello es la gran amistad que 20 años después de graduarse sostiene con varios colegas, entre los que se encuentran, Luis Fernando Molina, Daniel Bastidas, Raúl Velázquez, David Fraija, Andres Luna, Janz Rondon y Camilo Phillips entre muchos otros. “Hoy en día me mantengo conectado con todos mis amigos de la promoción, hasta tenemos un grupo de WhatsApp!” menciona Sebastian entre risas.

Lina Martínez, Daniel Bastidas, Sebastián Lobo-Guerrero, Camilo Phillips y otros compañeros, en clase de "Resistencia de materiales" dictada por Mauricio Sánchez-Silva.

Ahora bien, no todo en la vida de Sebastián es geotecnia. Ver las fotos que comparte en la red social LinkedIn es una prueba de lo que ama compartir con su esposa Ana María y su hijo Santiago, quien a sus seis años acompaña con entusiasmo a su papá a obras civiles y conferencias técnicas. Sumado a eso, está también su pasión por la Selección Colombiana de Fútbol, los Jeep Willys -un hobbie heredado de su papá-, participar de vez en cuando en carreras de atletismo, asistir con sus compañeros de oficina a los partidos de los Pittsburgh Pinguins, uno de los equipos de hockey de esa ciudad y hasta organizar pequeñas ligas de fútbol en la oficina durante el verano.

Cuando Sebastián piensa en lo que significó Los Andes para su vida, concluye: “de mis tres títulos académicos, me siento más orgulloso de mi pregrado. El 90% de lo que hago en mi vida laboral lo aprendí en Los Andes. Conservo con mucho cariño mi carnet con todos los stickers que le pegaban cada semestre y también mi carnet del CITEC. Fueron épocas que llevo en el corazón y que recuerdo con mucho cariño”.  

La de Sebastián Lobo-Guerrero ha sido una vida con mucho sentido. Sus logros más allá de ser victorias personales, las presenta como triunfos colectivos. Y lo son. Es la vida de un ingeniero que será inspiración de las generaciones futuras en donde la disciplina, la pasión y el compromiso seguirán siendo las estrategias para el éxito. Un ingeniero con el sello uniandino que hoy es un orgullo para la Facultad de Ingeniería de la Universidad de los Andes.

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